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miércoles, 16 de septiembre de 2015

La jueza. Por Carlos Blanco


Carlos Blanco / El Nacional

Las buenas almas juzgan por su condición. Supusieron que la jueza tenía la conciencia arrebujada por la lucha entre el ángel bueno y el diablillo malo. Tal vez deshojaba la margarita: lo condeno, no lo condeno; lo condeno, no lo condeno… Que llegaría a su casa exhausta por las presiones, ante un caso tan obvio, sin prueba alguna, que hasta para una jueza como ella, con estómago diseñado para digerir sapos y alacranes, burros enteros y moneditas, era imposible no ya una condena, sino una pequeña amonestación. Muchos se compadecían de cómo ella, solita, tenía que soportar las llamadas del que está arriba y del que manda más que el que está arriba. Tal vez le decían cosas intimidantes: “Recuerda mijita que no te acepto menos de 30 años”, mientras el otro le susurraba –después de tomarse alguna cariñosa fotografía–: “Tú eres libre de hacer lo que quieras, siempre que sea entre 12 y 14 años; en esos límites haz lo que te apetezca: si quieres, pones además de años, unos meses, días y horas para que parezca como si hubieses hecho un cálculo aritmético-matemático como los que hace el otro imbécil”. Después de estas admoniciones la jueza habría estado presa de un conflicto interior que la avecinaría al suicidio o a la hiperestesia que conduce a comer caca con fruición. CLIC AQUI para seguir leyendo...


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