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martes, 22 de septiembre de 2015

El Che va a la misa. Por Roberto Giusti


ROBERTO GIUSTI | EL UNIVERSAL

El intenso y pegajoso aroma se expandió entre los fieles más cercanos al altar, colocado en un extremo de la Plaza de la Revolución (72 mil metros cuadrados de cemento y hormigón, destinados originalmente a servir de escenario para las ya lejanas en el tiempo alocuciones de Fidel Castro) y el rostro de la efigie del Che Guevara, desde el otro extremo, parecía aún más adusto que de costumbre al respirar los efluvios de aquella sustancia que si bien no resultaba, precisamente, "el opio del pueblo", a sus ojos inmóviles representaba algo similar o incluso peor. Al fin y al cabo el incienso ardiente que esparcía el Papa Francisco, balanceando rítmicamente el braserillo metálico que lo contenía, formaba parte del ceremonial propio de una misa solemne, a la cual asistía en pleno un fervoroso Buró Político del Partido Comunista Cubano, a la cabeza de la cual, ufano, con su impecable guayabera blanca, aparecía Raúl Castro, cuya conversión, confesa y pública ("si sigue así -Francisco- volveré a rezar y regreso a la Iglesia") le provocaba náuseas a un Che, quien (ateo por convicción, por ideología) en medio de su obligada y perenne presencia en la gigantesca estructura, ahora generalmente vacía, seguía prefiriendo el tedio de los discursos interminables de Fidel a las carantoñas de su hermano con el líder máximo de una institución que, a diferencia de otras, nunca pudieron liquidar. CLIC AQUI para seguir leyendo...


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